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lunes, 25 de abril de 2016

APUNTES SOBRE LA REALIDAD


Al ver con profundidad la sociedad actual, llegamos a la conclusión que esta se caracteriza por la la velocidad; la superficialidad; el afán, y la búsqueda desesperada por vivir cosas nuevas y pasajeras. Vemos sin mucho esfuerzo que en ella se le apuesta poco a lo esencial y demasiado a lo superficial, porque se ha quedado en realidades vanas, blandas, intrascendentes y sin sentido.

Hoy es muy fácil ver que existe un afán continuo por las formas, más no por los contenidos; se busca tener, más que ser, y se infla la verdad como se inflan los pasabocas (chitos, trocillos y tocinetas) con los que engañamos el hambre y nunca nos alimentamos.

Por el deseo de aparecer valoramos y vemos formas, muchas voluptuosas con o sin ayuda del bisturí, aunque casi siempre, con ayuda de él, porque el deporte y la buena alimentación no hacen parte de las actividades diarias de nosotros los llamados “animales racionales”.


En esta pasajera, facilista, algo ruin, materialista y oscura realidad, se construye una sociedad light, free y vacía en la que se vive el hoy sin sentido del ayer y la proyección del mañana, que son elementos fundamentales para saber vivir, construir, proyectar y transformar.


Podrían ser muchos los ejemplos sobre este sin sentido, pero quiero detenerme en el trascendental ejercicio de llamar a las cosas por su nombre y descubrir con ello su esencia y sentido. Hace cientos de años ponerle nombre a las cosas, a los fenómenos y -sobre todo- a las personas, era un ejercicio cuidadoso, responsable y muy importante, porque se comprendía que el nombre debe representar la esencia y el sentido que dan unidad. Por esta razón, las palabras griegas y latinas, en nuestra cultura grecorromana, tienen una rica etimología y ella saca a la luz el núcleo vital de los objetos de sus representaciones.

Antes al poner un nombre se buscaba destacar su realidad profunda, en cambio hoy se privilegia lo rápido y lo insulso que muchas veces, es intrascendente, pasajero y superficial.

En la antigüedad, llamar a un niño Juan, quería decir que era obra y gracias de Dios, por ello Juan quiere decir hombre de Dios. Llamar a una niña Alba, quería decir que estaba llamada a la pureza y así con miles de ejemplos. De ahí que, según las etimologías de san Isidoro de Sevilla, la primera mujer fue llamada Eva, porque esa palabra quiere decir “vida” y Eva según la tradición, es el origen del nacer. 

Al pasar los años las sociedades se acostumbraron a “copiar y pegar” (como hacen los estudiantes al hacer una tarea con la ayuda de google). A pesar de que en el génesis de nuestro mundo se buscaba el sentido de lo que se iba a nombrar, siglos después, nuestros antepasados sólo se limitaron a repetir nombres por sentidos no muy convincentes y por ello, las familias se vieron, como en el libro de Gabriel García Márquez: Cien Años de Soledad, a llevar todos y por varias generaciones el mismo nombre. Se entiende que era mejor copiar que pensar y buscar sentido.

Con tristeza hoy vemos que ante la posibilidad de llamar a las cosas, los fenómenos y a las personas por un sentido, ahora, se les nombra por lo más bonito, lo más rápido y lo que mejor suene o esté de moda, sin importar su significado y esencia. Por esto, se ven lamentables casos de personas que están condenadas a ser llamadas por palabras que en otros idiomas son insultos o groserías.

Esta es la época del sin sentido, del consumo y del humo, la era del vacío y la superficialidad. Estamos viviendo realidades ligeras que son momentáneas y pasajeras.

Por. Édver Augusto Delgado Verano.