Por: Édver Augusto Delgado Verano.
Coloquios para Pensar
Al llegar la adolescencia, muere la infancia; al
llegar la juventud, muere la adolescencia; al llegar la edad madura, muere la
juventud; al llegar la vejez, muere la edad madura; y al llegar la muerte,
muere toda edad. No puedes desear que llegue una edad sin desear que muera otra
(Pegueroles, 1972, p. 73-74).
Lo que la oruga interpreta como fin del mundo es lo
que su dueño denomina mariposa (Richard Bach, 1988. Ilusiones).
“El adolescente de hoy es terco, caprichoso, nadie
lo entiende, es desordenado, loco y no piensa en el futuro”, son frases que no
sólo se escuchan en estos tiempos, sino que a lo largo de la historia han
repetido los adultos, porque la condición -“rebelde sin causa”- es tan natural
en todas las personas para alcanzar el obligado cambio que lleva a la adultez,
como lo es la condición de larva para llegar a mariposa.
Así como la historia occidental vivió -después del
medio evo- la época barroca que no era muy bien definida por su condición
trasformadora, podemos decir que el niño, mientras cambia de una condición a
otra en la adolescencia, vive una época romántica o barroca , ya que en ella no
presenta una forma definida: sus características de personalidad están en
transformación y tienden a no estar muy claras; su pensamiento se torna crítico
y bastante analítico; sus emociones son variables, su estado anímico cambiable
y sus gustos bastante conflictivos.
Por adolescencia se entiende el obligado periodo de cambio y
transformación de niño a adulto. Recordemos que la palabra adolescente viene
del vocablo latino “adolescens, también adulescens que quiere decir “hombre
joven”; del participio activo de “adoleceré” que traduce “crecer”, llegar a la
maduración, y se deriva también de “adolescentia” que traduce “juventud”
(Coromines, 2008), por lo tanto, es un lapso de tiempo especial en el
desarrollo humano que permite la transformación y por su complejidad e
importancia, requiere del cuidado y orientación de padres y profesores, ya que
ellos son los principales formadores, acompañantes y guías.
La palabra procede del latín adolescere que
significa crecer o desarrollarse y no de adolescere que significa padecer, sin
embargo, dado los cambios sociales de los últimos años, en la sociedad
occidental se ha asociado esta etapa de la vida más con lo segundo, esto tiene
que ver con el hecho de que al aumentarse el periodo de transición hacia la
vida adulta -se inicia la adolescencia en épocas más tempranas y se termina en
periodos más tardíos- los adolescentes se han vuelto objeto de todo tipo de
estereotipos y en una cosa que consume, todo ello según los parámetros de la
sociedad capitalista (Restrepo, 2009, p. 32).
Después de unos cortos años de infancia, juego, sobreprotección y
descubrimiento del mundo, el niño se ve -inevitablemente- obligado, no sólo a
tener cambios trascendentales sino a experimentar una época de
autodescubrimiento que es, fundamentalmente, un periodo de crecimiento físico y
emocional que se inicia con la llegada de la pubertad y se extiende: desde los
11 o 12 años a los 18 años en la mujer, y desde los 13 o 14 a los 20 años
aproximadamente, en el hombre.
Quienes están viviendo la etapa de cambio son como las larvas que se
están preparando dolorosamente para ser mariposas. En estas personas lo que más
les genera conflicto es el cambio emocional y de acuerdo a los contextos
particulares este se manifiesta de diferente modo. No es lo mismo el hijo(a)
único(a), que el que tiene hermanos mayores y el que tiene hermanos menores.
Su desarrollo emocional sufre una desorientación
inesperada y desconcertante. Su mente se llena de temores a lo desconocido y
ante tal situación, su impulso básico es regresarse en el tiempo, hacia la
niñez. (…) Al llegar a la encrucijada del crecimiento corporal por lado y bajo
los efectos de la regresión emocional por el otro, algunos ex niños vuelven a
experimentar temores variados (como a la oscuridad o a los fantasmas) (Landaeta
H, 2008, p. 48-49).
El adolescente vive una etapa necesaria de
desequilibrio e inestabilidad extrema o semipatológica, que algunos expertos
han llamado: “síndrome normal de la adolescencia”. Esta etapa que es
inaceptable para los adultos, es bastante necesaria para el niño y la niña,
porque les ayuda a establecer su identidad gracias a la confrontación de sus
gustos, caprichos, dudas, creencias y afirmaciones con las del mundo.
Tras el huracán de la pubertad, el organismo tiende
a recomponer la armonía de sus formas y entra en la espléndida estación de la
adolescencia. En su significado más amplio, esta comprende el periodo que
abarca complexivamente casi todo el segundo decenio; en particular, empero, se
reserva el nombre de adolescencia a el trienio que sigue inmediatamente a la
pubertad y en el cual los fenómenos de maduración psíquica predominan sobre la
transformación corporal. La adolescencia es en una palabra, casi el coronamiento
y el premio del penoso trabajo de la pubertad, época en la que el organismo se
hallaba completamente ocupado en realizar el esquema de desarrollo inscrito en
la profundidad del substrato biológico (Canova, 2004, p. 81).
Por los trascendentales cambios en el desarrollo,
el adolescente se torna confundido; se opone con valentía a las instituciones y
a lo propuesto por el mundo adulto; pide tolerancia, siendo intolerante, y como
es sensible a la crítica, se siente perseguido, rechazado e incomprendido. Si
no se le trata con benevolencia sus decisiones pueden confundirlo aún más
porque es inmediatista y poco reflexivo al momento de actuar en situación de
crisis.
Estas manifestaciones se reflejan de manera
diferente en los varones y en las mujeres. En el varón, se manifiestan el deseo
de ser hábil y ocupar el puesto de capitán en los juegos, su deseo de ser y de
ir más allá de su grupo social. Su prestigio más adelante se expresa en su
destreza física, su agresividad y su intrepidez (…). En las mujeres, el cambio
del ideal de la personalidad es mucho más radical. En ella, las cualidades
tranquilas, apacibles, no agresivas, están asociadas con la afabilidad, la
complacencia, el buen humor y la figura atractiva (Torres, 2001).
Los cambios bruscos que el niño experimenta en la
adolescencia se reflejan en su cansancio, mal humor, incertidumbre, miedo y
alejamiento de las leyes que, en algunos casos, le hace dudar de todo y entrar
fácilmente a experimentar estados de depresión, porque «de los permanentes conflictos
con los adultos, del descontento consigo mismo y con el mundo, de su
aislamiento y de la insistencia en su propio yo, nace de una manera más
definida la reflexión y la conciencia del yo» (Torres, 2001) que, con el
tiempo, le definen su personalidad. No olvidemos que después del caos llega la
calma y ésta define la nueva esencia.
Llega un momento en el crecimiento de los hijos,
que los padres se preocupan más por los gastos de la educación, el vestido, la
salud y el alimento, y ante estos afanes no se dan cuenta que de un momento a
otro aparece en sus vidas un extraño que es pero no es el que hasta hace muy
poco era el o la consentida de la casa.
Un día cualquiera este individuo multiforme aparece
caminando con cierta cadencia o utilizando palabras nuevas que disfruta al
saborearlas, tomando nota del impacto que ellas causan en los demás. Otro día
decide ponerse una ropa de un estilo o color particular, raparse la cabeza,
teñirse el cabello o abrazar la secta de los “sobrevivientes al cambio climático
del Sol”, y cuando alguien le consulta la razón por la cual hasta ayer quería
más bien inscribirse en el “movimiento contra el cambio climático de la Luna”,
responde con una explicación incomprensible o con el consabido encogimiento de
hombros que le libra de cualquier responsabilidad en el hecho (Landaeta H,
2008, p. 102).
Ha cambiado su forma de pensar, sentir y actuar; ha
cambiado su estilo y sus gustos. Ahora habla diferente e invierte su tiempo en
otras actividades. Adios a los juguetes, pero ojo que no se pueden tocar,
porque siguen siendo su propiedad.
En verdad lo que aprecian sus ojo, es una
multiplicidad de impresiones de las diferentes edades que él(ella) ha pasado y
de diversas personalidades que a modo de college han ido pegándose, hasta constituir
lo que a primera vista parece una sola pieza (Landaeta H, 2008, p. 101).
Durante la adolescencia las personas consolidan el
ideal del yo y, si el medio ambiente lo permite, en esta etapa se cambia el
individualismo por verdaderas inquietudes por el bien común. Esta etapa es así,
fundamental para el surgimiento y el afianzamiento de valores personales que en
el futuro orientan la conducta en el medio social y la formación de la
personalidad moral.
Como en la adolescencia se está en crecimiento, el
niño experimenta amorfos sentimientos, contrarias convicciones, difusas
creencias y extravagantes gustos, porque vive el “ver para creer”, la
investigación continúa y la época infantil de las preguntas que había perdido
en la segunda infancia (de los 6 a los 10 años). Hoy los nuevos adolescentes,
por el bombardeo de modas, luchas, ideologías y tendencias, dudan fácilmente de
su realidad y su sexualidad. Son muchos los cambios y contradicciones que lo
confunden y -algunas veces- alocadas ideas que le hacen creer que siempre tiene
la razón y cuenta con la capacidad de cuestionar duramente la sociedad, la
cultura, la religión y los principios éticos.
La adolescencia resulta así un momento crucial para
resimbolizar huellas y marcas singulares, un tiempo decisivo para reinscribir
ese legado simbólico en “otra escena”: la de un anudamiento temporal, un
despertar. Es por ello que, tradicionalmente, se ha enfatizado el carácter de
duelo de este “doble nacimiento”; reposicionamiento del sujeto frente a: las
figuras parentales idealizadas de la infancia, vacilación y extrañeza frente a
la metamorfosis de la imagen corporal propiciada por la pubertad, la caída de
las identificaciones colocadas en los “objetos idealizados” de la infancia
(Barrantes, 2001, p. 268).
Pero, gracias a la multiplicidad de cambios, el
niño se torna más reflexivo y desarrolla el pensamiento formal que le permite
distinguir entre lo real y lo fantástico; lo justo y lo injusto; lo imposible y
lo posible.
A medida que pasa el tiempo, el adolescente es más
profundo y está en la capacidad de analizar y sintetizar sus ideas, porque, «a
través de cualquiera de sus elecciones, incluso aparentemente triviales, va, en
definitiva, eligiendo el tipo de hombre y el tipo de mujer que pretende ser»
(Canova, 2004, p. 90), y por ello -con facilidad- cuestiona los principios
establecidos, se contradice, contradice a sus padres y pone en duda muchas
verdades que recibió en su primera y segunda infancia.
Durante esta época de crisis el adolescente se
torna terco como el adulto e iluso como el niño, y su afán por hacer valer su
forma de pensar y por sentirse grande e importante, lo llevan a entrar en
conflicto con los adultos y a experimentar una rebeldía que, en muchas
ocasiones, ni siquiera él puede comprender, porque está -como la larva-
experimentando una etapa de transformación que le forma su personalidad, sus
gustos, sus creencias y lo llevan a la madurez, en la que volará con la
claridad de sus alas y vivirá bien con la lucidez de sus ideas, esperanzas,
fines y utopías.
En la adolescencia su estado anímico es tan
cambiante como su organismo, sus ideas y su cuerpo, por esta razón permanece en
estado “conflictivo”, luchador, retador, acusador y opositor. Cuando esto
suceda:
ü Déjelo que se aísle convenientemente en su mundo y
que le niegue de vez en cuando el acceso a ese espacio privado, sin resentirse
o reprocharle por su aparente rechazo.
ü No le atosigue a preguntas sobre lo que le pasa. A
veces ellos mismos no tienen idea de por qué sienten como lo hacen y los
“interrogatorios policiales” solo les aumentan sus preocupaciones.
ü Ponga mucha atención a los mensajes que le envía
aun en momentos cuando su actitud pueda preocuparle. En su intercambio verbal,
haga lo posible por transmitir con claridad la idea de que mantiene un buen
concepto de él (ella).
Le sugiero una estrategia útil a este propósito: al señalarle sus
desaciertos o al tratar de corregir algún comportamiento que considere digno de
ser cambiado, no utilice el verbo SER (“eres un flojo”, “eres una loca”, “eres
una irresponsable”, etc.). Este verbo enfatiza una condición estable en la
persona.
En una situación de crítica o de reprobación de la conducta, es mejor
recurrir a las formas derivadas del verbo ESTAR (Ej.: “ESTÁS actuando como un
loco. No sé por qué lo haces. Tú no ERES así”, “ESTÁS muy descuidada
últimamente. ¿Te sucede algo?, etc.).
Esta forma gramatical alude a la conducta que exhibe en un momento dado
y no al todo de la personalidad como tal. Haciendo esto por una parte
preservamos la confianza del adolescente en la posesión de una buena identidad
–la cual apreciamos-, y por otra le ayudamos a ganar confianza en su
posibilidad de progreso personal (Landaeta H, 2008, p. 43).
Por la condición amorfa y poco definida, que es
típica de toda transformación, los padres y los profesores deben orientar con
bastante cuidado a los adolescentes, ya que en esa época:
Se presentan fenómenos relativamente nuevos, como
el uso de drogas alucinógenas, mayor número de embarazos entre las
adolescentes, mayor frecuencia en contraer enfermedades venéreas en los
jóvenes. Mayor tendencia al suicidio, mayor adhesión a tendencias ideológicas
radicales, exigencia de una libertad total en lo sexual, menor aceptación de la
autoridad paterna y de los profesores (González, 1978., p. 9).
Mientras cambian sus ideales y principios, el
adolescente vivencia sentimientos apasionados que lo hacen dudar de todo, de
todos y -en muchos momentos- de sí mismo. A pesar de mostrarse fuerte en sus
juicios, se deja arrastrar con facilidad cuando encuentra modelos
satisfactorios a sus gustos; hace nuevos amigos y consolida pequeños grupos de
afinidad por su constante búsqueda de nuevas realidades, y se compromete con relaciones
amorosas que le permiten despertar y afianzar sus rasgos sexuales y de
comportamiento ante las demás personas, sobre todo ante las de sexo opuesto.
El adolescente de la era tecnológica que se está
viviendo, disfruta la música pero llega a ella por el video. Para ellos la
imagen les permite descubrir la profundidad.
Conviene tener en cuenta que la realidad grupal es
una característica fundamental de la adolescencia. El grupo supone para el
adolescente el consuelo en la incertidumbre, en la indecisión y en la angustia.
Lo busca porque garantiza su seguridad personal, le ayuda a emanciparse de los
padres y a defenderse de la autoridad (Francia, 1987, p. 15).
Diferente a sus años anteriores, el adolescente
siente la necesidad de razonar y, por ello, se preocupa mucho por mantener
diálogos profundos en los cuales pueda exponer sus puntos de vista sobre las
cosas, los sentimientos y fenómenos de la realidad. No olvidemos que -por su
condición de búsqueda- está dispuesto al conocimiento que provenga de otras
personas y de nuevos ambientes si estos se muestras coherentes. Por esta razón,
es conveniente que los adultos orienten el desarrollo de características y
actitudes positivas, e inculquen -con el testimonio coherente- una idónea forma
de pensar, sentir y actuar que le garanticen gestar una personalidad idónea
para la sociedad, capaz de hacer realidad los valores humanos y los principios
de la fe.
Por su parte, la adolescencia resulta el momento
más importante para consolidar una buena autoestima. Las transformaciones
corporales, los cambios de humor, la necesidad de distanciarse de los padres y
de encontrar su propia identidad ponen al adolescente en una situación de gran
vulnerabilidad e irritabilidad. A pesar de que a veces los “contactos” se tornan
arduos, el adolescente no precisa sobreprotección, sino nuestra complicidad
para reconocer su valor y consolidar su autoafirmación.
Pese a que el adolescente es rebelde, desordenado,
cambiante, incomprensible, crítico y analítico, si es bien orientado se
preocupa por el bienestar de las demás personas; vivencia fuertes estados
espirituales; busca conformar grupos de trabajo y compromiso social; realiza
tareas en beneficio de los más necesitados y son estas actividades las que le
permiten descubrir sus gustos, intereses y motivaciones, orientar su vida
profesional, emocional y su Proyecto Personal de Vida.
Referencias:
Bach, Richard. (1988). Ilusiones. Buenos Aires: Ed.
Javier Vergara.
Barrantes, Ginette. (2001). El duelo en la
adolescencia. Una crítica de la versión romántica. En: Donas Burak, Solum.
Compilador. (2001). Adolescencia y juventud en América Latina. Costa Rica:
Editorial Tecnológica de Costa Rica.
Canova, Francisco. (2004). Psicología evolutiva del
adolescente. Bogotá: Ed. San Pablo.
Coromines, Joan. (2008). Breve diccionario
etimológico. Madrid: Ed. Gredos.
Francia, Alfonso. (1987). Curso para jóvenes
cristianos animadores de grupos I. Documentación y servicio. Madrid: Ed. CCS.
Gonzalez I, Guillermo. Comportamiento y salud, tomo
II. Ed. Bedout. Medellín. 1978., p. 9.
Pegueroles, Juan de. (1972). Pensamiento filosófico
de San Agustín. Barcelona: Ed. Labor.
Restrepo S, Jaime A. (2009). Desarrollo humano y
habilidades para vivir. Manizales: Universidad de Manizales.
Torres M, Gertrudys. (2001). Desarrollo del niño en
edad escolar. Bogotá: Ed. Usta.
Landaeta H, César. (2008). Esos
`monstruos`adolescentes. Manual de supervivencia para padres. Bogotá: Editorial
Alfa.