jueves, 5 de abril de 2018

LA ADOLESCENCIA, “ÉPOCA BARROCA”



Por: Édver Augusto Delgado Verano.
Coloquios para Pensar

Al llegar la adolescencia, muere la infancia; al llegar la juventud, muere la adolescencia; al llegar la edad madura, muere la juventud; al llegar la vejez, muere la edad madura; y al llegar la muerte, muere toda edad. No puedes desear que llegue una edad sin desear que muera otra (Pegueroles, 1972, p. 73-74).

Lo que la oruga interpreta como fin del mundo es lo que su dueño denomina mariposa (Richard Bach, 1988. Ilusiones).

“El adolescente de hoy es terco, caprichoso, nadie lo entiende, es desordenado, loco y no piensa en el futuro”, son frases que no sólo se escuchan en estos tiempos, sino que a lo largo de la historia han repetido los adultos, porque la condición -“rebelde sin causa”- es tan natural en todas las personas para alcanzar el obligado cambio que lleva a la adultez, como lo es la condición de larva para llegar a mariposa.

Así como la historia occidental vivió -después del medio evo- la época barroca que no era muy bien definida por su condición trasformadora, podemos decir que el niño, mientras cambia de una condición a otra en la adolescencia, vive una época romántica o barroca , ya que en ella no presenta una forma definida: sus características de personalidad están en transformación y tienden a no estar muy claras; su pensamiento se torna crítico y bastante analítico; sus emociones son variables, su estado anímico cambiable y sus gustos bastante conflictivos.

Por adolescencia se entiende el obligado periodo de cambio y transformación de niño a adulto. Recordemos que la palabra adolescente viene del vocablo latino “adolescens, también adulescens que quiere decir “hombre joven”; del participio activo de “adoleceré” que traduce “crecer”, llegar a la maduración, y se deriva también de “adolescentia” que traduce “juventud” (Coromines, 2008), por lo tanto, es un lapso de tiempo especial en el desarrollo humano que permite la transformación y por su complejidad e importancia, requiere del cuidado y orientación de padres y profesores, ya que ellos son los principales formadores, acompañantes y guías.

La palabra procede del latín adolescere que significa crecer o desarrollarse y no de adolescere que significa padecer, sin embargo, dado los cambios sociales de los últimos años, en la sociedad occidental se ha asociado esta etapa de la vida más con lo segundo, esto tiene que ver con el hecho de que al aumentarse el periodo de transición hacia la vida adulta -se inicia la adolescencia en épocas más tempranas y se termina en periodos más tardíos- los adolescentes se han vuelto objeto de todo tipo de estereotipos y en una cosa que consume, todo ello según los parámetros de la sociedad capitalista (Restrepo, 2009, p. 32).

Después de unos cortos años de infancia, juego, sobreprotección y descubrimiento del mundo, el niño se ve -inevitablemente- obligado, no sólo a tener cambios trascendentales sino a experimentar una época de autodescubrimiento que es, fundamentalmente, un periodo de crecimiento físico y emocional que se inicia con la llegada de la pubertad y se extiende: desde los 11 o 12 años a los 18 años en la mujer, y desde los 13 o 14 a los 20 años aproximadamente, en el hombre.

Quienes están viviendo la etapa de cambio son como las larvas que se están preparando dolorosamente para ser mariposas. En estas personas lo que más les genera conflicto es el cambio emocional y de acuerdo a los contextos particulares este se manifiesta de diferente modo. No es lo mismo el hijo(a) único(a), que el que tiene hermanos mayores y el que tiene hermanos menores.

Su desarrollo emocional sufre una desorientación inesperada y desconcertante. Su mente se llena de temores a lo desconocido y ante tal situación, su impulso básico es regresarse en el tiempo, hacia la niñez. (…) Al llegar a la encrucijada del crecimiento corporal por lado y bajo los efectos de la regresión emocional por el otro, algunos ex niños vuelven a experimentar temores variados (como a la oscuridad o a los fantasmas) (Landaeta H, 2008, p. 48-49).

El adolescente vive una etapa necesaria de desequilibrio e inestabilidad extrema o semipatológica, que algunos expertos han llamado: “síndrome normal de la adolescencia”. Esta etapa que es inaceptable para los adultos, es bastante necesaria para el niño y la niña, porque les ayuda a establecer su identidad gracias a la confrontación de sus gustos, caprichos, dudas, creencias y afirmaciones con las del mundo.

Tras el huracán de la pubertad, el organismo tiende a recomponer la armonía de sus formas y entra en la espléndida estación de la adolescencia. En su significado más amplio, esta comprende el periodo que abarca complexivamente casi todo el segundo decenio; en particular, empero, se reserva el nombre de adolescencia a el trienio que sigue inmediatamente a la pubertad y en el cual los fenómenos de maduración psíquica predominan sobre la transformación corporal. La adolescencia es en una palabra, casi el coronamiento y el premio del penoso trabajo de la pubertad, época en la que el organismo se hallaba completamente ocupado en realizar el esquema de desarrollo inscrito en la profundidad del substrato biológico (Canova, 2004, p. 81).

Por los trascendentales cambios en el desarrollo, el adolescente se torna confundido; se opone con valentía a las instituciones y a lo propuesto por el mundo adulto; pide tolerancia, siendo intolerante, y como es sensible a la crítica, se siente perseguido, rechazado e incomprendido. Si no se le trata con benevolencia sus decisiones pueden confundirlo aún más porque es inmediatista y poco reflexivo al momento de actuar en situación de crisis.

Estas manifestaciones se reflejan de manera diferente en los varones y en las mujeres. En el varón, se manifiestan el deseo de ser hábil y ocupar el puesto de capitán en los juegos, su deseo de ser y de ir más allá de su grupo social. Su prestigio más adelante se expresa en su destreza física, su agresividad y su intrepidez (…). En las mujeres, el cambio del ideal de la personalidad es mucho más radical. En ella, las cualidades tranquilas, apacibles, no agresivas, están asociadas con la afabilidad, la complacencia, el buen humor y la figura atractiva (Torres, 2001).

Los cambios bruscos que el niño experimenta en la adolescencia se reflejan en su cansancio, mal humor, incertidumbre, miedo y alejamiento de las leyes que, en algunos casos, le hace dudar de todo y entrar fácilmente a experimentar estados de depresión, porque «de los permanentes conflictos con los adultos, del descontento consigo mismo y con el mundo, de su aislamiento y de la insistencia en su propio yo, nace de una manera más definida la reflexión y la conciencia del yo» (Torres, 2001) que, con el tiempo, le definen su personalidad. No olvidemos que después del caos llega la calma y ésta define la nueva esencia.

Llega un momento en el crecimiento de los hijos, que los padres se preocupan más por los gastos de la educación, el vestido, la salud y el alimento, y ante estos afanes no se dan cuenta que de un momento a otro aparece en sus vidas un extraño que es pero no es el que hasta hace muy poco era el o la consentida de la casa.

Un día cualquiera este individuo multiforme aparece caminando con cierta cadencia o utilizando palabras nuevas que disfruta al saborearlas, tomando nota del impacto que ellas causan en los demás. Otro día decide ponerse una ropa de un estilo o color particular, raparse la cabeza, teñirse el cabello o abrazar la secta de los “sobrevivientes al cambio climático del Sol”, y cuando alguien le consulta la razón por la cual hasta ayer quería más bien inscribirse en el “movimiento contra el cambio climático de la Luna”, responde con una explicación incomprensible o con el consabido encogimiento de hombros que le libra de cualquier responsabilidad en el hecho (Landaeta H, 2008, p. 102).

Ha cambiado su forma de pensar, sentir y actuar; ha cambiado su estilo y sus gustos. Ahora habla diferente e invierte su tiempo en otras actividades. Adios a los juguetes, pero ojo que no se pueden tocar, porque siguen siendo su propiedad.

En verdad lo que aprecian sus ojo, es una multiplicidad de impresiones de las diferentes edades que él(ella) ha pasado y de diversas personalidades que a modo de college han ido pegándose, hasta constituir lo que a primera vista parece una sola pieza (Landaeta H, 2008, p. 101).

Durante la adolescencia las personas consolidan el ideal del yo y, si el medio ambiente lo permite, en esta etapa se cambia el individualismo por verdaderas inquietudes por el bien común. Esta etapa es así, fundamental para el surgimiento y el afianzamiento de valores personales que en el futuro orientan la conducta en el medio social y la formación de la personalidad moral.

Como en la adolescencia se está en crecimiento, el niño experimenta amorfos sentimientos, contrarias convicciones, difusas creencias y extravagantes gustos, porque vive el “ver para creer”, la investigación continúa y la época infantil de las preguntas que había perdido en la segunda infancia (de los 6 a los 10 años). Hoy los nuevos adolescentes, por el bombardeo de modas, luchas, ideologías y tendencias, dudan fácilmente de su realidad y su sexualidad. Son muchos los cambios y contradicciones que lo confunden y -algunas veces- alocadas ideas que le hacen creer que siempre tiene la razón y cuenta con la capacidad de cuestionar duramente la sociedad, la cultura, la religión y los principios éticos.

La adolescencia resulta así un momento crucial para resimbolizar huellas y marcas singulares, un tiempo decisivo para reinscribir ese legado simbólico en “otra escena”: la de un anudamiento temporal, un despertar. Es por ello que, tradicionalmente, se ha enfatizado el carácter de duelo de este “doble nacimiento”; reposicionamiento del sujeto frente a: las figuras parentales idealizadas de la infancia, vacilación y extrañeza frente a la metamorfosis de la imagen corporal propiciada por la pubertad, la caída de las identificaciones colocadas en los “objetos idealizados” de la infancia (Barrantes, 2001, p. 268).

Pero, gracias a la multiplicidad de cambios, el niño se torna más reflexivo y desarrolla el pensamiento formal que le permite distinguir entre lo real y lo fantástico; lo justo y lo injusto; lo imposible y lo posible.

A medida que pasa el tiempo, el adolescente es más profundo y está en la capacidad de analizar y sintetizar sus ideas, porque, «a través de cualquiera de sus elecciones, incluso aparentemente triviales, va, en definitiva, eligiendo el tipo de hombre y el tipo de mujer que pretende ser» (Canova, 2004, p. 90), y por ello -con facilidad- cuestiona los principios establecidos, se contradice, contradice a sus padres y pone en duda muchas verdades que recibió en su primera y segunda infancia.

Durante esta época de crisis el adolescente se torna terco como el adulto e iluso como el niño, y su afán por hacer valer su forma de pensar y por sentirse grande e importante, lo llevan a entrar en conflicto con los adultos y a experimentar una rebeldía que, en muchas ocasiones, ni siquiera él puede comprender, porque está -como la larva- experimentando una etapa de transformación que le forma su personalidad, sus gustos, sus creencias y lo llevan a la madurez, en la que volará con la claridad de sus alas y vivirá bien con la lucidez de sus ideas, esperanzas, fines y utopías.

En la adolescencia su estado anímico es tan cambiante como su organismo, sus ideas y su cuerpo, por esta razón permanece en estado “conflictivo”, luchador, retador, acusador y opositor. Cuando esto suceda:

ü  Déjelo que se aísle convenientemente en su mundo y que le niegue de vez en cuando el acceso a ese espacio privado, sin resentirse o reprocharle por su aparente rechazo.

ü  No le atosigue a preguntas sobre lo que le pasa. A veces ellos mismos no tienen idea de por qué sienten como lo hacen y los “interrogatorios policiales” solo les aumentan sus preocupaciones.

ü  Ponga mucha atención a los mensajes que le envía aun en momentos cuando su actitud pueda preocuparle. En su intercambio verbal, haga lo posible por transmitir con claridad la idea de que mantiene un buen concepto de él (ella).

Le sugiero una estrategia útil a este propósito: al señalarle sus desaciertos o al tratar de corregir algún comportamiento que considere digno de ser cambiado, no utilice el verbo SER (“eres un flojo”, “eres una loca”, “eres una irresponsable”, etc.). Este verbo enfatiza una condición estable en la persona.

En una situación de crítica o de reprobación de la conducta, es mejor recurrir a las formas derivadas del verbo ESTAR (Ej.: “ESTÁS actuando como un loco. No sé por qué lo haces. Tú no ERES así”, “ESTÁS muy descuidada últimamente. ¿Te sucede algo?, etc.).

Esta forma gramatical alude a la conducta que exhibe en un momento dado y no al todo de la personalidad como tal. Haciendo esto por una parte preservamos la confianza del adolescente en la posesión de una buena identidad –la cual apreciamos-, y por otra le ayudamos a ganar confianza en su posibilidad de progreso personal (Landaeta H, 2008, p. 43).

Por la condición amorfa y poco definida, que es típica de toda transformación, los padres y los profesores deben orientar con bastante cuidado a los adolescentes, ya que en esa época:

Se presentan fenómenos relativamente nuevos, como el uso de drogas alucinógenas, mayor número de embarazos entre las adolescentes, mayor frecuencia en contraer enfermedades venéreas en los jóvenes. Mayor tendencia al suicidio, mayor adhesión a tendencias ideológicas radicales, exigencia de una libertad total en lo sexual, menor aceptación de la autoridad paterna y de los profesores (González, 1978., p. 9).

Mientras cambian sus ideales y principios, el adolescente vivencia sentimientos apasionados que lo hacen dudar de todo, de todos y -en muchos momentos- de sí mismo. A pesar de mostrarse fuerte en sus juicios, se deja arrastrar con facilidad cuando encuentra modelos satisfactorios a sus gustos; hace nuevos amigos y consolida pequeños grupos de afinidad por su constante búsqueda de nuevas realidades, y se compromete con relaciones amorosas que le permiten despertar y afianzar sus rasgos sexuales y de comportamiento ante las demás personas, sobre todo ante las de sexo opuesto.

El adolescente de la era tecnológica que se está viviendo, disfruta la música pero llega a ella por el video. Para ellos la imagen les permite descubrir la profundidad.

Conviene tener en cuenta que la realidad grupal es una característica fundamental de la adolescencia. El grupo supone para el adolescente el consuelo en la incertidumbre, en la indecisión y en la angustia. Lo busca porque garantiza su seguridad personal, le ayuda a emanciparse de los padres y a defenderse de la autoridad (Francia, 1987, p. 15).

Diferente a sus años anteriores, el adolescente siente la necesidad de razonar y, por ello, se preocupa mucho por mantener diálogos profundos en los cuales pueda exponer sus puntos de vista sobre las cosas, los sentimientos y fenómenos de la realidad. No olvidemos que -por su condición de búsqueda- está dispuesto al conocimiento que provenga de otras personas y de nuevos ambientes si estos se muestras coherentes. Por esta razón, es conveniente que los adultos orienten el desarrollo de características y actitudes positivas, e inculquen -con el testimonio coherente- una idónea forma de pensar, sentir y actuar que le garanticen gestar una personalidad idónea para la sociedad, capaz de hacer realidad los valores humanos y los principios de la fe.

Por su parte, la adolescencia resulta el momento más importante para consolidar una buena autoestima. Las transformaciones corporales, los cambios de humor, la necesidad de distanciarse de los padres y de encontrar su propia identidad ponen al adolescente en una situación de gran vulnerabilidad e irritabilidad. A pesar de que a veces los “contactos” se tornan arduos, el adolescente no precisa sobreprotección, sino nuestra complicidad para reconocer su valor y consolidar su autoafirmación.

Pese a que el adolescente es rebelde, desordenado, cambiante, incomprensible, crítico y analítico, si es bien orientado se preocupa por el bienestar de las demás personas; vivencia fuertes estados espirituales; busca conformar grupos de trabajo y compromiso social; realiza tareas en beneficio de los más necesitados y son estas actividades las que le permiten descubrir sus gustos, intereses y motivaciones, orientar su vida profesional, emocional y su Proyecto Personal de Vida.


Referencias:

Bach, Richard. (1988). Ilusiones. Buenos Aires: Ed. Javier Vergara.
Barrantes, Ginette. (2001). El duelo en la adolescencia. Una crítica de la versión romántica. En: Donas Burak, Solum. Compilador. (2001). Adolescencia y juventud en América Latina. Costa Rica: Editorial Tecnológica de Costa Rica.
Canova, Francisco. (2004). Psicología evolutiva del adolescente. Bogotá: Ed. San Pablo.
Coromines, Joan. (2008). Breve diccionario etimológico. Madrid: Ed. Gredos.
Francia, Alfonso. (1987). Curso para jóvenes cristianos animadores de grupos I. Documentación y servicio. Madrid: Ed. CCS.
Gonzalez I, Guillermo. Comportamiento y salud, tomo II. Ed. Bedout. Medellín. 1978., p. 9.
Pegueroles, Juan de. (1972). Pensamiento filosófico de San Agustín. Barcelona: Ed. Labor.
Restrepo S, Jaime A. (2009). Desarrollo humano y habilidades para vivir. Manizales: Universidad de Manizales.
Torres M, Gertrudys. (2001). Desarrollo del niño en edad escolar. Bogotá: Ed. Usta.
Landaeta H, César. (2008). Esos `monstruos`adolescentes. Manual de supervivencia para padres. Bogotá: Editorial Alfa.

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